viernes, 8 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa y la Anti-República



El ‘anti-utopista’ Mario Vargas Llosa es ahora aplaudido por su visión política cuando en realidad representa la más sosa anti-política posible:

"Yo creo que el ser humano necesita salir de sí mismo e imaginar mundos mejores en el que vive, imaginar mundos distintos… no hay que renunciar a esta capacidad, ya que es una fuente de progreso, pero lo ideal es que esa capacidad se oriente hacia actividades donde es fértil, positiva, provechosa para la humanidad. Por ejemplo, la literatura, las artes, es una expresión maravillosa del sueño, de la fantasía, de la utopía que nos habita a los seres humanos.

Pensar y construir utopías no es sino la tentación dictatorial en el mundo concreto de la vida social. Allí es mucho más importante tener los pies bien puestos, asentados sobre la tierra que tenerlos sobre las nubes. Porque cada ves que la utopía se ha intentado materializar el resultado ha sido catastrófico, ha sido la desaparición de la libertad, el establecimiento de sistemas atroces… En ese campo es mejor eso que llamamos la democracia, esa cosa mediocre que a los grandes utopistas les repugna pero que es el sistema que crea esos consensos donde podemos vivir en la diversidad que somos… no hay manera de establecer una homogeneidad absoluta sin establecer una violencia brutal. Esa homogeneidad absoluta no existe… la democracia es el sistema que conjuga mejor esa gran diversidad.”

Es interesante notar que, como autoproclamado anti-utopista, la imagen presentada por Vargas Llosa no es sino una reversión directa de la visión Platónica de La Republica. Para Platón, es la responsabilidad más propia del humano pensar en el mundo de homogeneidad comunal, relativa a la heterogeneidad de las capacidades individuales, dónde cada quién contribuye no en función a la libertad pura y llana, sino a la capacidad de servir para el bien común de acuerdo al desempeño de funciones específicas. La verdad política sigue de la Idea del Bien, el nucleo de universalidad colectiva que busca trascender la mortalidad de la individualidad humana. Por su parte, las artes y literatura, la poesía y la música, son políticamente nocivas, según Platón, en tanto amenazan la institución política con la fragilidad retórica, promulgando el libertinismo esteticista. Es decir, en tanto son sitios de concentración potencialmente política, con directa relación a la vida práctica.

Vargas Llosa propone exactamente lo opuesto. La creación e imaginación humana se mantienen circunscritas al ámbito de ‘las nubes’, y en lo que concierne la política no es sino peligroso pensar en grandes ideas. No debemos pensar ‘a lo grande’ en la política. Las democracias contemporaneas están aquí para quedarse. Mientras tanto, la poesía y literatura son diluidas al campo de un imaginario comunal sin potencial emancipador, bienvenidas en tanto se mantienen sin conexión directa con la vida práctica en la política real, más bien reduciendose a un ejercicio etéreo para los soñadores. Es decir, bienvenidas sean las artes en tanto se reducen a la visión esteticista de la imaginación y el placer humano, desenraizandolas de su capacidad para inspirar el cambio político, o tocarlo siquiera.

¿No tenemos así una prueba más de lo que Zizek diagnostica como un ‘Fukuyamaismo’ característico de nuestra época? Se renuncia la legitimidad de las grandes ideas; el eje de capitalismo-liberalismo está aquí para quedarse; hay que ser realistas, pragmáticos, etc. Esta es la posición reaccionaria en toda su claridad: cualquier intención de elevar la política más allá del ideal democrático de las libertades individuales, y hacia un concepto de homogeneidad colectiva, es tildado de utópico, e inmediatamente aliado al prospecto de la dictadura. Y quién mejor para recomendar tal receta de progreso ‘lento y progresivo’, que el adinerado liberal que prescribe la mediocridad democrática como la única alternativa realista, pues claramente es sólo dentro de aquella mediocridad que no se vulnera su privilegiada posición ni la de sus compañeros de tertulia.

La libertad (de opiniones, individuales…) y la individualidad es entonces, bajo el lente del Nóbel, más importante que la verdad o universalidad, la cual en el ámbito de la política clásicamente lleva el nombre de justicia. El problema es que al reducir el concepto de homogeneidad política a las libertades democráticas, y anunciar las últimas como el horizonte insuperable del pensamiento, Vargas Llosa substrae a la acción colectiva del ámbito de producción de nuevas verdades, reduciéndo el imaginario político al destino singular del tirano: el discurso del dictador.


Esta es una estrategia común del perfil reaccionario y su desprecio por la revolución: el prospecto de cambio radical es advertido como realmente nocivo, y niega la novedad del presente bajo el manto alarmista de villanos del pasado. De esa manera, cualquier potencial creador en el ámbito político sería, cuando mucho, sujeto a las eferas del legalismo y especialización. En otras palabras, aquel que propone la posibilidad de la justicia como verdad política; quién no acepta la mera libertad y heterogeneidad de formas de vida y opiniones, es visto como quién busca simplemente imponer su voluntad sobre el resto (occidentalistas, totalitarios, dictadores, utopistas...). No hay sino la contingencia de las voluntades de individuos y culturas en las cuales el Estado reposa. Es ante el último y su imperiosa estabilidad que toda voluntad responde.


No resulta, entonces, sorprendente hallar en Vargas Llosa a un anti-Platónico, pues al rechazar cualquier concepción de verdad política se deja identificar como el viejo adversario del filósofo: el sofista. El mismo que reduce toda verdad a opinión, toda universalidad a la voluntad de afirmación individual/comunal, y la tarea de las artes y literatura cuando mucho a un ejercicio retórico sin pretensión de trascendencia. A su credo pueden sumarse todos los marranos que piensan que predicando ‘libertad para todos’ y marchar en las calles recitando los eslóganes insustanciales de 'la democracia' y 'derechos humanos' basta para calificar de activistas, y de situarse en el campo de la política verdadera. Esta pobredumbre que reduce al activista a un loro de los órganos de poder es quizás el resultado más triste de nuestra difícil situación, en la que los viejos credos emancipadores son apropiados por comerciales de gaseosa, bancos, y gente que gasta dinerales en ropas distinguidas: ser liberal es conservador.

Evidentemente no se trata de simplemente coincidir con la visión Platónica de la antigua República en la que cada hombre obtiene un cargo en base a sus funciones naturales, ni de apelar a la nostalgia de aquellos viejos proyectos de Izquierda o demás para resucitar el credo del partido, del proletariado, o de la comunidad. Debemos rechazar la quietud de la mediocridad democrática, pero también las nostalgias regresivas, los provincialismos obscurantistas, los totalitarismos sanguinareos, y las retóricas burdas de los que protegen los 'derechos del hombre'. Se trata de no rendir el prospecto de homogeneidad comunal a la heterogeneidad individualista y alienante; de no reducir el concepto y prospecto de verdad política, de la justicia, al ámbito de meras opiniones para el comercio banal del relativismo democrático. Finalmente, de no escarmentar, en elevarse sobre lo mediocre de la injusticia contemporánea, impulsando la imaginación a 'las nubes', preparándolas para que suelten relámpagos.

2 comentarios:

randiano dijo...

Varios elementos me llaman la atención de estas líneas.

La verdad no encuentro como se hilvana que la “verdad o universalidad” en la política se llama justicia. De hecho hablar de “universalidad” en política me suena a absolutismo, me suena a “El Estado soy yo”. En todo caso estimo que la justicia es un elemento perteneciente más al ámbito jurídico que al político.

Luego viene esto: (…) Esta es la posición reaccionaria en toda su claridad: cualquier intención de elevar la política más allá del ideal democrático de las libertades individuales, y hacia un concepto de homogeneidad colectiva, es tildado de utópico, e inmediatamente aliado al prospecto de la dictadura.

¿Qué es eso de homogeneidad colectiva? Suena casi a robots en serie, es decir a total deshumanización, a cosa/bien pasando por una banda transportadora donde una máquina los va moldeando, pintando, procesando hasta obtener miles de productos finales: todos con idénticas características, léase homogéneos: sin diferencias. ¿Son cosas mías o eso huele al estado final (luego de la transición) de la sociedad según el ideal marxista donde ya no existe el Estado, ni el dinero, ni las clases sociales y donde el “hombre nuevo” ES el individuo que habita estos predios?

Y hay un último a destacar: aquel que propone la posibilidad de la justicia como verdad política; quién no acepta la mera libertad y heterogeneidad de formas de vida y opiniones, es visto como quién busca simplemente imponer su voluntad sobre el resto (occidentalistas, totalitarios, dictadores, utopistas…)

Y aquí hay dos elementos interesantes: la aplicación de la justicia (iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi) como verdad política solo puede estar representada por un encarnizado defensor de las libertades, y es que darle a cada quien lo que le corresponde es sinónimo de heterogeneidad, de ponderación individual de aptitudes y actitudes, y esto lo enlazo con el último elemento que deseo resaltar: “mera libertad”, la verdad cuando leí esas dos palabras se me erizaron los vellos de la nuca por el calificativo con que se define a la libertad. Veamos que puede señalarnos la Real Academia Española sobre mero/a.

mero2, ra.
(Del lat. merus).
1. adj. Puro, simple y que no tiene mezcla de otra cosa. U. en sentido moral e intelectual.
2. adj. Insignificante, sin importancia.

En su primera acepción lo que se defina como mero solo buscaría definir algo en estado de pureza, es decir, que no es una mezcla.

Se hace evidente a la luz del contexto utilizado, que se busca es restarle importancia a dos cosas:

1.- La libertad, con lo cual queda claro que el autor utiliza la segunda acepción de la RAE para definir la libertad, y
2.- Heterogeneidad de formas de vida y opiniones.

El autor no se anda con rodeos, busca reivindicar a quienes NO aceptan esa “mera libertad” y “la heterogeneidad de formas vida y opiniones”, y es que pobres de ellos, los tratan injustamente de buscar “imponer su voluntad sobre el resto (occidentalistas, totalitarios, dictadores, utopistas…)”, y no duda en catalogarlo como reaccionario pues desprecia la revolución (leer la primera parte de ese párrafo).

Pero yendo al meollo del asunto, toda esa discusión sería útil si las implicaciones de una posición que persigue la égida de una “homogeneidad colectiva” en detrimento directo de una insignificante (mera) libertad y de la heterogeneidad de formas de vida opiniones, fuera inocua al ser humano. Pero no lo es. Y me resulta imposible darle otra categorización diferente a dictatorial, absolutista y totalitaria a tal creencia/filosofía. ¿O qué otro nombre podemos darle al atentado contra la libertad y la heterogeneidad de formas de vida y opiniones?

Daniel Sacilotto dijo...

Randiano:
Los conceptos de verdad y universalidad los he desarrollado en mi diálogo con Daniel Luna, el cual se deja leer en las entradas posteriores. En ellas se explica por qué la referencia que hace al 'absolutismo' es infundada. De hecho, no tiene absolutamente nada que ver con 'El Estado soy yo'.

No veo cómo el concepto de homogeneidad colectiva implica deshumanization o la destrucción de las diferencias. Esto también ya lo he abordado en mi diálogo con Daniel Luna señalando como el concepto de homogeneidad vertical no implica indiferencia cualitativa. Y ciertamente no creo que acción colectiva implique desintegración del individuo. Tampoco veo como se justifica la noción de que el fin sería una sociedad Marxista, en el sentido ortodoxo.

De ello no sigue que la heterogeneidad no sea importante, ni que la libertad no sea importante. Sólo que la libertad no puede ser una categoría final para la política en sí. Esto ya lo he desarrollado a través del pensamiento de Badiou y Zizek.

Tampoco acepto esas denominaciones blandas de lo que es 'inocuo al ser humano'. La categoría de absolutismo tiene un lugar dentro de la ontología matemática; más no creo haberla invocado. Confunde el concepto de homogeneidad y universalidad con el de dictadura y absolutismo. No hay tal complicidad en mi pensamiento. Pensar que no puede haber aspiraciones de colectividad, de justicia en tanto homogeneidad vertical, sin recaer en dictadura, es un síntoma ideológico de nuestra época que no debemos aceptar. Todo esto ya lo he explicado en mayor detalle en mis siguientes intervenciones. Le sugiero revise el diálogo con Daniel Luna, ya que se ocupa de muchas de las preocupaciones que menciona aquí.

Daniel

Daniel