miércoles, 20 de octubre de 2010

Respuesta a Daniel Luna (2): Sobre la Distinción Entre Individuo y Sujeto


Respuesta a Daniel Luna (2):
Sobre la Distinción Entre Individuo y Sujeto
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Siguiendo el diálogo con Daniel Luna y su última respuesta en Vacío; en esta ocasión ahondo en ciertos aspectos que requieren de clarificación, ya que creo que por lo demás estamos en un punto cercano al acuerdo, al menos en lo fundamental. Primero, debería citar el siguiente fragmento, que creo encapsula un punto de absoluto acuerdo y que formula con claridad preocupaciones que ambos compartimos: 


“El cinismo político del radicalismo chic puede ser una degeneración, una desviación, una tergiversación o un riesgo constante de la actitud comprometida con ideales y utopías (los estudios culturales en su vertiente más banal y academicista pecarían, a mi modesto juicio, de ello). Sin embargo, esas desviaciones no anulan la legitimidad de dicha actitud. Acepto que no toda actitud utópica cae en el cinismo político ya mencionado, de ahí que piense que es una actitud legítima (y acepte cierta crítica a Vargas Llosa por parte de Daniel). Pero sí pienso que, como todo, tiene riesgos. Ello sin embargo no anula su legitimidad y posibilidad, aunque es una difícil tarea pensar y realizar dicha posibilidad.” 
Estoy en completo acuerdo con lo que expone Daniel: el radicalismo chic puede ser simplemente una exacerbación del espíritu crítico adoptado por la lectura post-moderna, y la ideología liberal que se busca criticar, por su parálisis al pensamiento; incluso ahondando los mismos síntomas que se buscan combatir. Dicho sea esto, así como dichas críticas liberales pueden traernos reflexiones pertinentes o importantes para la coyuntura política, el radicalismo chic también puede hacerlo, como ciertamente Zizek lo viene haciendo. Sin embargo, creo que Daniel hace bien en diferenciar esta última posibilidad de mi postura y la de Badiou, ya que en mi pensar la crítica debe ser un medio en camino a nuevas propuestas, y nunca un fin en sí mismo. En seguida, Daniel clarifica un poco su intención inicial: hacer comprensible la mesura local a favor del liberalismo por un tema de riesgo. Concretamente, Daniel escribe: 
“Sé que obviamente puede ser mediocre (conservador o hasta reaccionario) no querer cambiar las cosas, pero quería que quedara claro que también alguien podría promover mantener una democracia liberal porque las probabilidades de que fracase otra cosa son altas (muchos riesgos y costos). Creo que esto no debe ser tildado sin más como conservador o reaccionario. Puede ser hasta “cobardía” o “mediocridad”, pero puede también quererse como una posición “realista” o “razonable”. Mi énfasis va pues, por los costos y riesgos... no basta decir “que no haya habido, no significa que no pueda haber” porque los riesgos y costos son grandes. Y apelar que “lo que es grande, tiene grandes costos o requiere de grandes intentos” me parece igual también problemático. ¿Puede haber algo mejor que el “mal menor”? ¿Vale la pena intentar cambiar al “mal menor”? ¿Es cierto que dicho mal es realmente el “menor”? Creo que estas interrogantes son fundamentales para el problema que nos atañe aquí.” 
Creo que aquí llegamos nuevamente al eje del asunto. El punto de Daniel es que considerando lo mucho que hay que perder hoy en día, no es sorprendente cuestionar cuan viable o deseable sería el prospecto de una aventura hacia lo utópico, o un cambio ‘global’ de acuerdo a lo expuesto anteriormente. Ciertamente no se puede tildar a alguien de reaccionario por pensar que existen riesgos en un intento de ese tipo, pero lo que sí me resulta menos convincente es la idea complementaria sugerida aquí que ‘las probabilidades de que fracase otra cosa son altas’. Me parece que en esto hay dos afirmaciones centrales tácitamente planteadas en función argumentativa: 


1) Existe mucho por perder en nuestra situación político-económica actual que no querríamos perder.
2) La probabilidad de perder aquello que no querríamos perder es alta de intentarse un cambio político a escala global. 


De ello; el argumento tácito del liberal parece reposar sobre las dos siguientes premisas adicionales: 


3) De existir una probabilidad alta de perder aquello que no querríamos perder a raíz de un determinado curso de acción, este curso de acción no es preferible a opciones con menos riesgo.
4) En consecuencia, el cambio político a escala global u utópico no es preferible sobre el prospecto cuyos riesgos son comparablemente menores; por ejemplo la democracia parlamentaria, el progreso lento del capitalismo liberal, etc. 


Me parece que si bien estaría de acuerdo con la primera afirmación, no estoy tan seguro sobre la segunda; y ciertamente estoy en desacuerdo con la tercera. Que hay mucho que perder es muy cierto, y parte de ello concentra mi preocupación de que el prospecto de una política genérica no repita los atropellos y atrocidades ocasionadas por las dictaduras pasadas. El segundo punto parece tener un sustento implícitamente histórico: sabemos que los intentos del siglo pasado por obtener estos cambios ‘globales’ fueron desastrosos, y entonces de ello se puede inferir razonablemente que los intentos futuros tendrán un índice de probabilidad de fracaso elevado. 

Por mi parte, creo que si bien es excepcional que tales cambios sean efectivo (como los casos mencionados de Espartaco, y la Revolución Francesa) no por ello es arbitrario el que se haya dado así. Es decir, que el fracaso o éxito de preservar lo deseado y realizar los cambios buscados es contingenteal proyecto político en su plenitud; y esto va desde el fundamento conceptual hasta concretamente lapolítica táctica. Un proyecto emancipador que parte de ideas de purgación racial para su concepción de justicia, por ejemplo, no puede sino obstaculizar las libertades que Daniel piensa se vulnerarían a través de una susodicha ‘revolución’. Por ello insisto en la importancia y necesidad de una ardua labor conceptual antes de hablar de ‘revoluciones’ o demás. De tal manera que pienso que este índice de ‘alta probabilidad’ es sólo un problema en tanto la mayoría de intentos se ven comprometidos por sus deficiencias conceptuales o estratégicas en aplicación. Más pienso que no se debe descartar la proyección utópica por este motivo, pues su viabilidad es contingente a la propuesta y su desarrollo, si bien coincido en que históricamente los intentos han a grosso modo han sido deficientes. 
La tercera premisa de la argumentación me parece la más problemática del grupo, pues oscurece muchas de las cuestiones esenciales. En primer lugar, es trivial decir que el cambio implica riesgo: queremos conseguir ciertas cosas, pero al hacerlo potencialmente arriesgamos otras. Esto es cierto pero demasiado general, pues se aplica a inversiones diminutas, hasta utopías desbordantes. El punto que Daniel busca enfatizar, sin embargo, es que los riesgos en estos últimos casos son ‘demasiado altos’. Pero esto evidentemente presupone la taxonomía de virtudes que gozamos y los las cuales se arriesgarían más allá de lo razonable, y aquí el liberal no tiene mayor recurso que valerse de los índices estadísticos sobre nuestra historia pasada, y que ya discutimos en contra la premisa (2). Es decir, que el cálculo de riesgo de un proyecto en relación al presente debe ser siempre relativo a la singularidad del proyecto, y nunca un índice general que pase por alto las razones por las cuales los proyectos que fallaron lo hicieron, pues entonces sí pecamos de reaccionarios. De nuevo, aquí haría una analogía con la producción científica: el avance y descubrimiento científico requiere desbordantes inversiones, muchas veces sostenidas a través de años, y numerosos fracasos, para eventuales avances que si bien son excepcionales en su frecuencia, también en su poder revolucionario. De más decir que esta no es la única forma de cambio, pero ya clarifiqué que el punto es solamente no estar cerrados a esta dimensión en la política de antemano. Es además sintomático que la prioridad se encuentre siempre en lo que se tiene y no lo que se quiere lograr. 

La premisa adicional que se dispute aquí es obviamente que existen ciertos cambios que no se pueden conseguir dentro del esquema actual, de índole estructural, y que por consiguiente el esquema progresivo propuesto por Vargas Llosa tiene un límite. Daniel hace hincapié en este punto:

“Un punto fundamental en cuestión, aquí, es el de si es posible, vía los procedimientos de las instituciones políticas de la democracia liberal, hacer estas transformaciones (léase: transformar la democracia democráticamente). Si esto es posible, medios no democráticos no serían necesarios. Obviamente la crítica radical dice que ello es imposible. Asumo que Daniel no cree que desde la democracia liberal ésta puede superarse a sí misma. Pero los medios violentos tradicionales de partidos, guerrillas y vanguardias revolucionarias también están descartados (y Daniel reconoce esto). Por eso se trata de pensar en medios propicios y diferentes para realizar el fin. Yo no estoy muy seguro si es que desde la democracia liberal no se puedan hacer cambios significativos. Creo que es muy extremadamente difícil, pero no imposible.”

Ciertamente acepto la noción de ‘cambio significativo’ en relación a políticas democráticas y progresivas. Pero nuevamente, debo recalcar que ese no es el punto de contención. Negar que existan límites a lo que se puede hacer dentro del esquema democrático-capitalista actual es en todo caso la verdadera ‘utopía’: la utopía liberal que piensa que el capitalismo sólo requiere de expertos y legalismo. Zizek encuentra cuatro síntomas irresolubles en el capitalismo contemporáneo: la ecología, propiedad intelectual, el crecimiento de apartheids, y la biogenética. Personalmente, como he desarrollado en otras ocasiones, pienso que de estos solamente el tema de la biogenética y de la propiedad intelectual son focales para un cambio estructural, pero esto merece un análisis extenso propiamente (vease mi The Park as an Ecological Placebo). Badiou por su parte hace bien en distinguir problemas intrínsecos con el aparato conceptual bajo el cual operan las ideologías democraticas liberales, en relación a las concepciones de libertad, individuo, cultura y sujeto.

Existe un elemento irónico de las grandes libertades anunciadas por las democraicas, como síntoma explicativo del ‘modus operandi’ de nuestras grandes naciones, que están muy lejos de ser agencias ‘neutrales’ en pos de algún ideal genérico de justicia humana. Por el contrario, sabemos que estas avanzan por los intereses privados de naciones, agentes individuales, compañías o corporaciones, y demás. Ver un mundo en el que millones en África subsisten en la miseria ante la indiferencia de nuestras ilustres conciencias no desmerece los logros de nuestra época en sí, pero señala también sus limitaciones: y creo firmemente que es dentro de estas que se empieza a pensar en nuevas posibilidades. Estas insuficiencias son diagnosticables desde la propia mistificación ideológica del liberalismo mismo: en particular, como Badiou señala, es problemática la articulación de la prioridad del concepto de libertades individuales-culturales; y el sustento del accionar político en la llamada ética de las diferencias. Aquí sigo concretamente la crítica de Badiou en su Ética, pero también en Teoría del Sujeto, Metapolítica y Lógicas. En particular, el problema es que la libertad se centra sobre la singularidad o individualidad de las libertades sobre la igualdad o universalidad; en tanto el nombre de justicia sirve como un equivalente a la verdad (universal) en el campo político. Se requiere entonces una reelaboración del concepto de sujeto, de libertad y una reevaluación de cómo se articula la última alrededor del concepto político de justicia. En esto es importante ver como Badiou distingue entre elindividuo y el sujeto, y como sólo el segundo es propiamente libre en tanto es un agente creativo, fuera del paradigma expresivista (que además deviene en el relativismo antes mencionado). Badiou distingue dos axiomas que suelen confundirse en nociones democráticas: el axioma de igualdad de mentes, y el axioma de igualdad de opiniones. Es preciso, según Badiou, notar como la democracia debe avalar la primera opción, más no la segunda. Esto es porque la filosofía, en tanto piensa en lo excepcional de la verdad, distingue entre opinión y verdad, o opiniones correctas e incorrectas. El problema no es entonces la simple 'libertad de opiniones', o las libertades individuales, de género, religiosas, etc. El problema concierne primitivamente la formulación de un criterio para discernir lo verdadero en la política, la justicia, de lo que falla en conseguirla. Y esto no puede darse bajo el materialismo democrático de cuerpos y lenguajes, individuos y culturas, pues bajo este esquema no existe espacio para la excepción de las verdades. 


En suma, la verdad política o que el proceso genérico nunca sea simplemente un tema de ‘libertades’ individuales o culturales; sino de perpetua creación y desplazamiento ante estos, y propio no de un mero individuo, sino de un sujeto político. De ahí que la idea del cambio gradual y progresivo me parezca insuficiente en sus contenidos conceptuales; no porque uno siempre deba oponerse a este ideal en la política práctica e inmediata, sino en tanto se piense o prescriba que no hay alternativa posible por incurrir en riesgos a la hora de decidir. Creo haber clarificado por qué la cuestión de riesgo no puede ser tan fácilmente utilizada para inducir la mesura democrática en principio. 


Daniel sigue, y pide que clarifique los siguientes conceptos y distinciones: 


1) Ideal de justicia: libertad individual subordinada a la comunidad genérica.
- Distinguir entre el discurso filosófico y la opinión.
- Distinguir entre lo universal y lo particular.


2) Todo lo anterior no implica totalitarismo ni dictadura.
-       -‘El sentido común filosófico “post-moderno” no cree eso
- Nuestra época reivindica la pluralidad, pero ello iría con una indiferencia política importante.


Como sólo puedo ser esquemático aquí, daré un esbozo general para estas inquietudes y sugeriré referencias para los interesados: 


1) La distinción entre libertad individual a comunidad genérica es análoga a la distinción entre individuo de la situación y sujeto de verdad, o propiamente el registro diferencial entre objeto local – cuerpo banal y cuerpo subjetivable. La noción del múltiple de una situación es una determinación ontológica y refiere al ser de una multiplicidad indistinta en una situación; la noción del objeto es una determinación fenomenológica y concierne a la apariencia de un múltiple en un mundo. La noción de objeto refiere entonces al registro diferencial que asigna a un múltiple su ‘grado de apariencia’ en un mundo específico. 

Esta estructura diferencial es determinada por el llamado trascendental del mundo, un múltiple T de cada mundo que asigna un grado de existencia/apariencia a un multiple, y tiene una estructura de orden, denotada clásicamente < y que obedece a los siguientes principios:

1. transitividad: p < q & q < r entonces p < r
2. reflexividad: p < p
3. antisimetría: p < q & q < p, entonces p = q

4. Para todo grado vinculable existen las operaciones de conjunción, envoltura, grado minimo-máximo. 


2) El discurso filosófico se distingue de la opinión en tanto que afirma la posibilidad de verdades: conjuntos genéricos de la situación que se materializan en la forma de cuerpos subjetivables en procesos de fidelidad (punto por punto), y cuya afirmación no es reducible al ámbito de las opiniones-predicados, cuerpos y lenguajes, propios de esa situación. Las verdades son excepcionales en este ámbito en tanto substraen al inexistente de una situación (objeto cuyo grado de identidad es mínimo en la situación) a la potencia máxima a raíz del acontecimiento. El paso de un inexistente al mundo en potencia máxima implica un cambio en las reglas diferenciales que regulan los cambios de este mundo, y el proceso de investigación local a raiz de la apariencia de este inexistente es el llamado proceso genérico de verdad. Estas verdades son eternas en tanto no son relativas al tiempo, cuerpos o situación en que aparecen, sino que inauguran un tiempo y se plantean en separación de estas opiniones. Técnicamente, la verdad es el conjunto genérico (infinito) anticipado completo a través de la operación de forzamiento por los actos de fidelidad del sujeto. 

Sin embargo, ya que cada subconjunto genérico es infinito y no-completable en esencia (el punto del llamado 'inombrable') la ética de verdad es nunca querer forzar la completitud de la verdad en el procedimiento local. Badiou escribe 'el mal es la voluntad de nombrar a cualquier precio' (Infinite Thought: The Event of Truth). La concepción totalitaria es precisamente la noción de todo puede ser dicho por la una agencia subjetiva más allá del inombrable (la 'verdad' política misma se personifica en uno de sus puntos locales / el Fuhrer, el Partido, Cristo...). Este forzamiento lleva para Badiou el nombre de 'desastre'; el deseo de suprimir el inombrable libera el potencial destructivo de cada verdad. La maldad es inmanente a la verdad, no externa; realizada a través de la ficción de una verdad sin su punto inombrable. El genérico es precisamente genérico en tanto permanece no-totalizable; un proceso potencialmente infinito. 


Con respecto a la estructura local del objeto, nos referimos al álgebra trascendental y la lógica atómica, y que sin duda constituyen el punto decisivo de la Gran Lógica de Badiou. 


3) En tanto la verdad es propiamente genérica, es decir extensional (no admite propiedades intensionales), sobre la operación de multiplicidades indistintas (sin relación, ontológicamente), no existe ningún concepto de ‘conjunto esencial’ (los arios), ni agencia organizadora de la multitud de procesos genéricos (el Partido, La Iglesia, El Fuhrer...), que organice la multitud de procesos genéricos. Las verdades son múltiplicidades desconectadas, y los sujetos son raros. El proceso de substracción genérico es evidentemente local en tanto sucede en una situación determinada, es decir en tanto es siempre una ocurrencia en un mundo, conformada por cuerpos-lenguajes (al nivel fenomenológico). Ante una verdad uno puede ser fiel, reaccionario, o obscurantista; la verdad misma puede no aparecer en un mundo particular en un momento determinado, pero puede resucitar en mundos distintos, en otro proceso genérico (como el llamado de Espartaco). La pregunta de cual sería tal substracción genérica hoy en día es una pregunta sobre fenomenología local, dependiente de la situación o mundo. Por ejemplo, un análisis de Bagua revela que localmente lo que existió no fue un acontecimiento, sino un mero hecho: exisitía un sitio o singularidad presente en la situación, más no hubo transición del inexistente a la existencia, requerida para la singularidad débil / acontecimiento. Más bien lo que hubo fue una operaciónoscurantista por parte de una conglomeración del sujeto oscuro (versiones de mi propia tipología) y el sujeto reaccionario para camuflar el sitio. 


4) La pluralidad de cuerpos y lenguajes en consiguiente componen una situación, pero las verdades singulares se afirman en separación a ellas. Esto se ve a través del concepto de substracción. Todo lo anterior deja leerse y se elabora en Las Lógicas de los Mundos, y en menor detalle en Segundo Manifiesto por la Filosofía y Pequeño Tratado de Ontología Transitoria. 


Daniel en seguida comenta que muchas veces la ‘paciencia’ es una excusa para nunca pasar del prolegómeno teórico a ´las cosas mismas'. Comparto esta ansiedad, y creo que si bien la labor de la filosofía es netamente la creación conceptual; aún estamos en una etapa muy primitiva para poder tener una idea de lo que podría ser un 'acontecimiento' o 'revolución' política. La perpetua postergación fue ciertamente el pecado de la fenomenología, como bien menciona Daniel. Concuerdo también en su diagnosis sobre la complejidad de la coyuntura política contemporanea, y la necesidad de enfrentarla en diferentes frentes, sin que por ello siga que los frentes por los que se ‘pretende’ atacar sus problemas hayan de ser avalados sin más, pues, como sabemos, muchos representan un falso compromiso o simulacro. También concuerdo en que los problemas que enumera Zizek, y que le imputa a Caputo, no son fácilmente atribuibles a cuestiones estructurales, y que la fascinación con decir que las insuficiencias del capitalismo son sus ‘síntomas’ en clave Lacaniana, es poco más que un ejercicio retórico que vuelve una multitud de cuestiones complejas en carne molida para pasar a lo siguiente. 

Con respecto al tema de Bagua, me parece que hubo un pequeño malentendido en como la idea de violencia objetiva se aplica a esa situación:

No sé que tan “objetivas” hayan sido todas esas violencias. Osea, no es como que la democracia en el Perú tendría que funcionar necesariamente como funciona y generar esto. Obvias reformas institucionales, efectivas y posibles, en el sistema electoral, en la legislación sobre los partidos y en algunos aspectos del sistema de gobierno realmente le podrían dar representación legítima a los ciudadanos de Bagua.” 
Si bien las reformas en cuestión podrían quizás resolver el tema de representatividad, el tema de la exclusión de Bagua y la amazonía del desarrollo económico y debate parlamentario, es natural considerando la lentitud del proceso de ‘progreso lento y progresivo’ que sucede por medio del desarrollo industrial deliberado en las ciudades. De más decir que la inhabilidad de participar en las mismas capacidades y con la misma voz en los debates parlamentarios es un problema que también ocupa el estado de la educación en las provincias: la disputa al decreto 1090 no vino armada de una argumentación legal por sus insuficiencias ni de una ley alternativa, sino básicamente de un temor por parte de los nativos de haber sido excluidos del proceso y de que les expropien sus tierras. Pero la representatividad parlamentaria, y esto Daniel y yo lo sabemos, no garantiza que estos ‘representados’ tengan oportunidad de contribuir al proceso de decisión constructivamente a favor de la nación o un proyecto comunal; muchas de las comunidades nativas, estando inmersas en sí y no teniendo mayor interés o conciencia por una nación que a duras penas los reconoce, no tienen ni el interés ni el conocimiento técnico para participar de este proceso comunal. De ello siguen esos lamentables sucesos parlamentarios de representates indígenas que terminan haciendo una suerte de espectáculo barato cuando mucho risible en cuanto a pirotecnia visual. Es evidente que en cuanto a los nativos de Bagua, sus intereses fueron estríctamente locales, y no se les puede culpar por ello, así como tampoco podemos simplemente pensar que el desarrollo nacional de la industria en la amazonía debe ser abandonado. Evidentemente este es un problema más profundo, que nos lleva al núcleo de las exclusiones de los grupos éticos de nuestra política y economía, y que se debe a una profunda incapacidad de descentralizar nuestros recursos efectivamente y de potenciar la capacidad de estos grupos a participar en el diálogo y desarrollo colectivo. 

En este sentido la coyuntura de Bagua no fue para nada insólita, ni tampooco fue la idiosincrasia provocada por ‘la sed de sangre’ del Estado genocida en contra de los ‘grupos étnicos amantes de la naturaleza’ quienes protestaban democráticamente. Es precisamente esta estupidez a la hora de hacer un diagnóstico la que deviene en no pensar en los temas fundamentales: el problema se diluye en el gobierno transitorio o Alan García y su sed dictatorial, o cualquier otro agente subjetivo, y no los mismos problemas objetivos de nuestra política, i.e. de como la misma configuración de leyes y de Estado es fluida con respecto a sus insuficiencias. No quise implicar que la solución a Bagua es un ‘acontecimiento’, ya que como he reiterado, uno tiene que empezar por otra cosa. Y este es un tema donde los impasses ideológicos hacen difícil no sólo el cambio ‘global’, sino siquiera la política local; las singularidades débiles, o los hechos subversivos. Me parece que debemos provisionalmente abordar el tema de manera local para la política real, si bien el prospecto utópico nunca debe sernos ajeno, en la medida que el pensamiento tiene el poder para no solo pensar en lo posible, sino en lo imposible. Hacer feliz a Flores Galindo no suena del todo mal en este contexto.

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